Movimiento

En mi adolescencia jugué muchísimos videojuegos, y si algo aprendí del Call of Duty era que para sobrevivir había que estar siempre en movimiento. Hoy ya soy un emigrado, como siempre intuí que iba a ser, y me encuentro tomando un bondi para agarrar un subte que me lleve al tren que me mueva de Hamburgo a Lübeck, donde está mi hogar.

Un año me llevó encontrarme trabajando donde quiero, pero desde que llegué estoy donde quiero estar. Me vine con una sola valija grande y todavía creo que traje demasiadas cosas. De lo que traje creo que ya tiré más de lo que compré.

Antes de venir a Alemania soñé que estaba en facultad de nuevo, un salón gigante donde quien daba la cátedra decía que nuestro nombre y su pronunciación también nos define, nos cambia, nos amolda. Soy Martínez, un apellido que fácilmente esta entre los 5 más comunes de Montevideo. Acá con suerte me lo pronuncian bien y lo acentúan agudo. Yo no me siento otro, pero me sé distinto.

Hoy, como ya hace varios días, escucho a Jorge Drexler en el shuffle de Spotify y me dice “somos una especie en viaje, no tenemos pertenencias, sino equipaje… estamos vivos porque estamos en movimiento, si quieres que algo muera déjalo quieto”. Un poco me emociono porque mis abuelos fueron inmigrantes y yo hoy también. Pero yo, al ser emigrante por elección lo puedo romantizar. No así mi abuela, que fue emigrante obligada.

Me miró a mi mismo desde afuera y me doy cuenta de que con este texto solo estoy intentando responderme otra vez a la eterna pregunta de siempre: ¿quién soy? Y no se realmente si soy una persona que está en búsqueda del sentido o de la felicidad. Lo que sí sé es que cuando en una videollamada por medio del celular de mi vieja, mi abuela me dice que me ve bien, contento y feliz, a mí se me aprietan las tripas y se me agranda la sonrisa.

Camino a Ser un Niño de Nuevo

Hoy vi un video donde un hombre dice que Gabriel García Márquez en algún momento de su vida dijo o escribió algo así como que “La vida no es la que vivimos sino cómo la recordamos para contarla”. Esta frase me disparó al futuro y me hizo prestar atención a qué es lo que, en el futuro, voy a recordar para contar sobre mi vida de hoy.

Hoy estoy a un mes y once días de viajar a Hamburgo con un ticket de avión que al comprarlo decía solo ida. En un mismo día pienso en eso unas cuarenta y cuatro veces. Pienso especialmente en la parte de “solo ida” y a partir de la frasecita que escuché, pienso constantemente en qué parte de esto voy a recordar para contar.

Es que no sé si me voy a acordar que estoy cagado hasta las patas, pero que sentir este cagaso está genial, aunque a veces el estrés juegue un cacho con mi paciencia o con mi humor o se me meta la tristeza por el costado simplemente al tomar un mate.

No tengo idea si voy a recordar el miedo que estoy sintiendo al saltar a este vacío. Ojalá siempre me recuerde que, a este miedo que estoy sintiendo, no le estoy dando bola y yo estoy haciendo igual lo que siento que quiero hacer.

Todo este remolino en mi cabeza y corazón afianza la firme creencia de que solo es libre quien es valiente, porque de otra forma se es esclavo de sus propios miedos. Y esto también es algo que quiero recordar para contar.

O quizás simplemente recuerde que con treinta años me fui a ser un niño de nuevo, a un lugar donde todo lo que había logrado en treinta años se diluye, porque no importa cuántos idiomas hable, si no hablo el idioma del lugar tengo que aprender a hablar de nuevo como si fuera un recién nacido. No importa cuánta experiencia haya obtenido en cosas, voy a tener que aprender y demostrar todo lo que valgo de nuevo, no importa cuántas personas me quieren en donde estoy, ahora voy a tener que hacerme querer de nuevo. Todo se resetea. Todo vuelve a ser lo que alguna vez fue.

El otro día tomaba unos mates con mi hermana y le dije que sentía que todo iba a salir bien. Ella me respondió: – Eso es lo que dijiste toda tu vida -.Y tiene razón. Lo sentí como un rezongo, pero luego ella agregó un: – Y toda la vida tuviste razón, todo estuvo bien -, ahí el rezongo se esfumó..

Escribiendo esto me acordé de algo que no me acordaba, me vino a la mente algo que dijeron en una entrevista a un famoso. Al parecer los chinos dicen que quienes nacen el año del Dragón están destinados a vivir varias vidas en una sola. Si tienen razón con la metáfora, si lo que estoy por vivir es un renacer, entonces esto de dejar todo, vender todo, regalar todo y llevarme lo puesto y lo aprendido es lo más parecido a morir.

Entonces me pregunto ¿qué cosas viviré y cómo las recordaré para que sean contadas? ¿quién será el que nazca de esta muerte?

Prohibido Pisar el Césped

Nos despertamos como todos los días, pero en otra ciudad. El cielo estaba gris y cada tanto lloviznaba. Salí a la calle y me mojé. No mucho ni poco, digamos que un término medio. Lo ideal como para que incomode pero no suficiente para que sea molesto. Las casas y las veredas de esta ciudad estaban pintadas de forma perfecta, colores claros de acuerdo a un diseño específico. Todo creado a medida por las personas más felices del mundo.

Esperamos lo que la pantalla decía que iba a demorar el ómnibus en llegar. Al subir me di cuenta de que la cantidad de asientos era la perfecta para esta hora, sobraban los justos como para que se sienta que nadie va apretado. Como afuera llovía, los vidrios estaban empañados. Todos en el ómnibus hablaban en voz baja, excepto por tres personas que no eran del lugar. Ellos tenían brillo en los ojos y hablaban haciéndose escuchar, pero sin gritar.

Bajamos en el centro y todos los lugares parecían hechos para estar en ese lugar del planeta, todo era útil y bien diseñado. Hoteles grandes pero no ostentosos. Torres perfectas pero no gigantes. Preciosos balcones que sobresalen de las casas, pero no llegaban a tapar la lluvia de quien va caminando por la vereda.

Al cruzar la calle con luz roja del semáforo la gente nos miraban juzgándonos. Una de las sociedades en teoría mas felices del planeta no sonreían ante una pareja que cruzaba corriendo de la mano un semáforo en rojo de una calle inofensiva, los juzgaban. Pude ver que dos chicas turistas se reían y le brillaban los ojos cuando me veían levantar a Laura en mis brazos para tirarla sobre el césped que tenía un cartel de prohibido pisar. Solo turistas se regocijaban de lo que una pareja joven hacía para divertirse en frente a un castillo precioso rodeado por un estanque lleno de peces.

Un día de mucha lluvia encontramos cobijo en un café que sin saberlo nos albergó toda una tarde. Lo atendían dos hermanas de tez oscura y de sonrisa hermosa que nos hicieron sentir como en casa ni bien llegamos, ellas aparentemente no eran de esa ciudad, era un café distinto, lejos de todo. Había un señor tomando un cortado con una cámara arriba de la mesa, que luego de una hora supe que estaba esperando a dos amigos también veteranos.

Laura y yo jugamos a las cartas y ella me enseñó a jugar un juego que se juega a “cartas vistas”. Me tuvo muy concentrado porque no me gusta demorar en aprender algo nuevo, y sobre todo porque no me gusta perder. Siempre intento disimularlo porque el ser competitivo es un rasgo de mi mismo que no me termina de gustar. Yo estaba tenso porque quería aprender lo más rápido posible. Así se nos fue la tarde, a mi me gustó la metáfora de que una pareja juega un juego de cartas con las cartas sobre la mesa, como quien se dice todo y es sincero con todos los palos de la baraja con su pareja, pero recién recordé eso hoy, ya más de tres semanas después.

Al otro día anduvimos un poco más por la ciudad luego de desayunar y de que ella se caiga de culo en el barro. Nunca disfruté tanto de limpiarle barro a nadie, y tampoco nunca vi a alguien que se tomara con tanto humor haberse cagado el único pantalón que había llevado al viaje de tres días y dos noches. A pesar de que fue un día normal, yo me quería ir y no sabía bien por qué. Si hubiera podido habría adelantado el horario del ómnibus de la vuelta. Había algo que me hacia sentir incomodo en esa ciudad.

Hoy ya casi un mes después, pronto para hacer un ejercicio donde Sofía me da una premisa y yo tengo que sentar el culo en una silla y escribir lo que se me viene a la mente, como por arte de magia me acuerdo de esto. Ella me da la premisa: “un mundo sin amor”, y lo primero que se me vino a la mente fue Copenhague. Una ciudad con un diseño perfecto, hospedaje de una de las poblaciones que en teoría son de las más felices del mundo, pero que fue lo primero que a un Montevideano inquieto se le vino a la mente cuando alguien le mandó un mensaje de Whatsapp diciendo “Un mundo sin amor”.

Keymaster

Solo hay una cosa que me gusta más que hacer un viaje, y es hacer un viaje medio improvisado. De esos que tiras una moneda de diez pesos al aire antes de comprar el pasaje y pensas “si sale escudo no voy nada, pero si sale puma, compro el pasaje ya”. Recuerdo tirar la moneda y comprar el pasaje sin ver qué cara de la moneda salió.

A veces necesito la opinión de alguien para darme cuenta realmente de lo que yo quiero. Antes de que la moneda dijera nada, yo estaba indeciso. Fue al tirarla para darme cuenta que lo que yo realmente quería que saliera era puma.

Como cuando le daba una patada en el culo a mi hermano chico para que entre a la piscina, como gato al tirar algo de arriba del mueble, el puma me estaba empujando a viajar.

Así terminé escribiendo esto a las dos de la madrugada en este aeropuerto rodeado de lluvia y rayos en el cual, cada una hora anuncian que mi vuelo se retrasa una hora más.

No tenía sueño, estaba ansioso, mi alma ya estaba allá con ella esperándome hacía una semana. Ya había recorrido toda la ciudad, pero mi cuerpo seguía haciendo la rutina de casa al trabajo y del trabajo a casa. Mientras tanto yo sigo sentado en el aeropuerto escuchando rayos y vuelos retrasados por altoparlante y mi celular con poca batería, ya medio muerto colgando de un enchufe.

No sé cómo te metiste en mi pecho. Me pongo a recordarte en imágenes y me acuerdo de tus hombros, tus manos, tu sonrisa y tu cara cuando te decía que eras una niña, esa cara entre enojo y un “que me estás diciendo”. Tengo la imagen clara de nosotros tomando café en la cocina, vos sentada en el piso y yo comiendo galletitas. Recuerdo particularmente que me digas “Fuck you” por el tema de los pingüinos y que te rieras de las bobadas que yo te decía. Me acuerdo de tu mirada cuando yo te leía este cuaderno, pero sobre todo me acuerdo de tus ojos cuando vos terminaste de leer el tuyo.

No sé cómo te metiste en mi pecho. Me pongo a recordar nuestras conversaciones, porque ambos seguimos escribiendo y nos tradujimos todo el uno al otro. De a poco te fui dando un libro en inglés de todo mi historial emocional. Al punto de que vos te diste cuenta antes que yo de que vos me gustabas, me lo dijiste con una suavidad que no te caracteriza.

Nos dimos los nombres de nuestro libros y al explicarnos los significados, me di cuenta de que los dos veíamos en el otro la persona que queremos ser, y tanto a vos como a mí nos encanta, porque nos empuja de a poco a serlo.

Capaz que fue la forma en la que me dijiste cosas de vos y me invitaste a que el resto las averigüe por mí mismo. Puede que haya sido también en el momento en el que dijiste “Du fehlst mir”. O cuando me dijiste que estabas pensando en mí, o cuando me dijiste que yo era algo de lo que te querías llevar a tu casa desde Sudamérica.

La verdad es que no sé cómo te me metiste en mi corazón, pero lo hiciste. De alguna forma vos solita abriste la puerta. Ahora vas a poder entrar y salir cuando quieras, porque tienes llave.

¿Por qué será que pudiste entrar? te juro que yo la había cerrado bien la última vez que alguien salió. Chequeé que estuviera con llave, que el gas estuviera cerrado y la televisión apagada. Las luces también. Estoy seguro que cerré.

Creo que venias con la llave sin darte cuenta. Esas cosas que decís que a nadie le gustarían, esos arranques que tenes un poco agresivos, incisivos. Ese caprichismo que tenes que aunque no estoy hecho de azúcar, a mí me derrite.

Creo no saber qué es lo que tenes, hasta que me haces reír con los ojos. A veces lo veo venir y no lo puedo evitar, otras veces, me agarras desprevenido y me dan unas ganas de abrazarte…

Cambie mi forma de escribir solo para poder traducirte lo que escribo con más facilidad, y sin embargo me encuentro a mi mismo, a veces escribiendo difícil para que solo yo pueda entenderlo, porque en realidad a mí siempre me da vergüenza compartir lo que escribo. Creo que a veces escribo solo para arráncame la vergüenza.

Ya son las 4 am y el cerebro está apagado hace rato, yo sigo escribiendo porque creo que hoy cuando te fuiste a dormir, dejaste la puerta abierta sobre este papel.

Tigres con Escopetas

Aprendiendo ingles de niño me enseñaron la palabra trigger que significa disparador o gatillo. Desde ese día mi mente no puede pensar en triggers sin imaginar tigres con escopetas. Hoy, bastante más de 10 años después de aprender aquella palabra, siento que cuando se me ocurren ideas para escribir, creo ver caminando junto a mí, tigres con escopetas de ideas que andan disparando pa todos lados.

Mi tocaya de apellidos tanto ficticio como real, me mandó un tigre que me hizo erizar y tuve que salir corriendo, apoyar el culo en una silla, y ponerme a escribir. Inmediatamente me puse a pensar en qué es lo que dispara mis cuentos, historias, relatos o cosas de estas que escribo yo acá.

Algunos de estos tigres son como perseguir una serpiente a la que todavía no le ves la cabeza. Se la estás buscando, estás en movimiento, pero también tenés que estar alerta esperando la mordida.

Hace un par de días me dijeron “Vos conectas tus sentimientos con tus recuerdos porque le estás prestando atención a las situaciones y a tus emociones todo el tiempo”. Si, es verdad que tengo el modo curioso prendido constantemente, le contesté. Ahí me di cuenta de quién era la culpable.

Si bien la imaginación se encarga de rellenar las piezas faltantes de los puzzles, es la curiosidad quien elige con qué puzzles jugar. Dependiendo dónde andan disparando los tigres, la curiosidad se me pone a arrear al ganado de la imaginación rellenando las partes faltantes o ficticias de la realidad o uniendo eslabones de cadenas que desatan.

Cuando mi curiosidad no está chusmeando el mundo, está vichando adentro mío. Pero los textos que más me gustan son los que el modo curioso estuvo jugando con puzzles en mi corazón y no los que armó en mi cabeza.

Aunque no siempre le doy bola a los tigres cuando me disparan al pecho. Casi siempre la curiosidad en el pecho decanta en encontrarme un cacho más, o acordarme de vez en cuando pedacitos de quién soy. Los tiros de los tigres a la cabeza suman información, aprendemos cosas del mundo, es el precursor de pedirle a los tigres que disparen hacia afuera.

A veces creo que los tiros de estos tigres, cuando van al corazón, me van a doler y paro la curiosidad en seco. Pero cuando no la reprimo la y dejo que pase las primeras capas de la armadura, las balas que estaban entrando se convierten en agua… y por más que yo sea un dulce, no soy de azúcar así que no me derrito.

Dándole alas a la curiosidad en vez de paredes, hoy puedo ver que gracias a los errores del pasado no soy una persona horrenda porque aprendí de ellos. Porque también soy el resultado de los errores que cometí.

Y si bien dicen que la curiosidad mató al gato, estos gatos se van a defender con escopetas.

Wo bist du Kid?

Yo que busco ponerle un poco de magia a lo cotidiano, desde Hamburgo vino magia a meterse en mi cotidianidad.

Les voy a contar una historia como si les estuviera hablando a ustedes directamente, pero con ella a mi derecha. Ella no habla español, así que cuando le hable a ella le voy a hablar en inglés. I just told them that I’m gonna tell them a story as if you were sitting next to me, so I’m gonna just tell them the story in Spanish and I’ll change to English (and maybe a little bit of German) when I speak to you.

Fui al Fin del Mundo junto con alguien con quien estoy dispuesto a cruzar el infierno descalzo solo para hacer un asado. Ushuaia es un lugar donde casi no se ve el horizonte, siempre hay montañas en el retrovisor y más montañas en el camino.

Creo que fui hasta el Fin del Mundo para soltar algo. Porque así como las puertas son salidas y también entradas, parece que, sospechándolo pero sin saberlo, fui al Fin del Mundo a buscar un principio. No solo andábamos sin buscarnos, sino que ni idea teníamos que nos íbamos a encontrar y menos sabíamos todavía que nos íbamos a contar cosas que probablemente nunca nadie más las escuche de nuestra boca. Because as we spoke, it wasn’t by chance or by luck, it was fate, it was the Universe, it’s like it is for kids: Magic…

Recuerdo casi perfecto la primera vez que la vi en la cocina del hostel, ella estaba escribiendo algo en su cuaderno mientras yo escribía algo en el mío, en ese momento yo escribí las primeras dos oraciones del cuarto párrafo de este texto. Me llené de curiosidad y me pregunté: -¿sobre qué estaría escribiendo esta desconocida? If someone had told me at that very moment that we were going to share a cup of coffee in the kitchen of a small house a block from the beach in Uruguay I wouldn’t believe it.

En nuestra última noche en el Principio del Mundo, la encontré en el living del hostel escuchando música. Today I suppose you were listening to AnnenMayKantrereit. Cuando digo que la encontré es porque apareció tras prender la luz. Había entrado, estaba oscuro y ni la había visto, ella apareció junto con la luz, lo primero que hizo fue reírse, supuse en aquel momento que fue por mi cara de sorprendido. Para romper el silencio y mi cara de tarado le pregunté si era maga por su aparición de la nada. After that I tried to convince you to do the Penguins tour with Piratour so you could see them “face to face”… Why would you want to see a bird that doesn’t even fly? They are black and white, those fucking birds doesn’t even have nice colors. They are not cute at all and they spend their entire life with the same other penguin… I still remember your answer: – Fuck you!- Dann hat sie ihre Mutter gefragt, was sie tun würde. That was the first time I made fun of you telling you that you were a kid.

Esa noche, ella dijo que quizás de camino a Brasil pasaría por Uruguay, entonces intercambiamos cuentas de Instagram, quedamos en contacto y si podía le iba a mostrar algo de Montevideo.

Así fue que un tiempo después me encontré esperándola en Tres Cruces, estaba nervioso, el corazón me latía fuerte, pero no tenía ni puta idea por qué. Y yo que siempre rompo los huevos con que “Donde te lata fuerte el corazón, es ahí”, lo único que hacía era darme una razón para convencerme de seguir por ese camino.

Le mostré Montevideo desde la Ciudad Vieja hasta la Intendencia, hasta el Parque Rodó y de ahí a la Rambla. Fue como caminar de nuevo de forma cronológica desde que arranqué a laburar hasta hoy, mostrándole plazas me fui acordando de todas las personas que alguna vez esperé después del trabajo y otras que alguna vez me esperaron que salga. And without even knowing it I was giving you a tour through Montevideo and also through all my scars.

Al otro día tocó conocer alguna playa, hacer un asado, dormir una siesta al Sol mientras ella leía y ver un atardecer de esos en los que el Sol va zambulléndose en el mar hasta desaparecer. Después de que el Sol se fue, el viento estaba congelado, así que volvimos e hicimos un café, yo la arranqué a molestar diciendo que ella era una niña por su forma de argumentar, por cómo metía cosas en el carro del supermercado y por sus expresiones… I was eating cookies and messing with you saying that you are a kid just because of the same reasons I say I’m still a kid, still a collector of coincidences.

No recuerdo qué estaba buscando en mi mochila cuando terminé con mi cuaderno en la mano y le conté que escribía en un blog, en seguida abrió los ojos con la curiosidad de una niña a la que le traduje en voz alta las quince páginas de los pensamientos y sentires que había escrito durante el viaje. I translated to you the whole notebook, but I remember we stopped in a particular phrase “I won’t let fear guide my steps”.

Después ella fue a buscar su cuaderno y me tradujo en voz alta todo lo que escribió en sus dos meses de viaje y se detuvo especialmente en el último texto, el que yo la vi escribiendo en Ushuaia en la cocina del Hostel. After you translated me that last text with glassy eyes I recognized we had let go the same wound in the End of the World, and also with glassy eyes I told you about my wound.

Los dos con ojos vidriosos and a smile on our face nos abrazamos and since that moment, esa herida we talked about, esa que había arrancado a sanarse in the Beginning of the World se terminó de convertir en cicatriz.

Cerveza de Naranja

Fui el primero en llegar a lo de Cristian. Mientras esperábamos que llegara el resto de la gente destapamos una cerveza y arrancamos a preparar la picada y la parrilla en la barbacoa. No sé por qué, pero todo me parecía raro, el ambiente, la temperatura, la textura de la leña, solo la cerveza me parecía normal.

De a poco fue llegando más gente, a la mayoría los conocía de los cumpleaños de Cristian y al resto de alguna joda de otros amigos en común, lo cual no me cuestioné en el momento. No sé por qué, pero el tiempo estaba pasando demasiado lento, los veía a todos reírse con cuentos o anécdotas, pero a mí me entraban por un oído y me salían por otro. “Me estará haciendo mal la cerveza” pensé, pero cuando miré el vaso estaba tomando jugo de naranja — ¿Cuándo me cambiaron el vaso? — rezongué en voz alta.

Mientras miraba el vaso sin entender nada, Cristian me agarró del hombro y me dijo — Llegó la mina que te quería presentar, seguime — Se ve que no lo miré muy convencido, así que aclaró: — Caro Rodriguez, la que te mostré una foto el otro día. —

—Ah, sí. Es verdad, no me acordaba. — le contesté.

Dejé el vaso al lado del parrillero y lo seguí hasta la puerta. Aunque no eran más de veinte metros se me hizo eterno el camino, hasta que al fin llegamos a entrada. Abrió la puerta y entró Caro. Lo saludó a él y me preguntó — ¿Tú sos Gastón? — dio dos pasos para saludarme a mí, sonriendo levantó la mano derecha y me acarició la cara con la yema de los dedos, de abajo hacia arriba despeinándome un poco al final.

El resto del mundo se oscureció, desapareció mientras ella acercaba sus labios a los míos y como siempre, primero me mordió y después me besó sin sacar la mano derecha de mi mejilla. Alejó la cara de mí y se quedó mirando como sorprendida, un punto fijo por encima de mi hombro derecho. Yo me di vuelta para ver qué era, pero como siempre, no era nada, fue para garronearme un beso en el cuello que siempre me hace temblar.

Ahí entendí todo, el temblor del beso en el cuello me hizo darme cuenta. La alejé de mí con mi mano derecha mientras le soltaba la cintura con mi mano izquierda. El resto del mundo apareció de nuevo. Mientras la alejaba me dijo — Perdón, pero todavía te amo. — Me di vuelta y salí corriendo hacia el parrillero, se me hizo instantáneo llegar, le di un último sorbo al jugo de naranja que ahora había vuelto a ser cerveza y metí la mano izquierda dentro del fuego.

Me desperté agitado y sudando. Me destapé y me senté en la cama mirándome la mano izquierda. Hablando en voz alta se me escapó: — Andate a la mierda Carolina, ese beso y ese “perdón, pero todavía te amo” llegaron cuatro años y diez mil kilómetros tarde, ya no me quiero acordar de vos. —

Me levanté para ir al baño y cuando estaba abriendo la puerta del dormitorio me sonó la musiquita de llamada en el celular. Me acerqué al teléfono que seguía arriba de la cama. Número desconocido. Por las dudas que fuera algo importante contesté.

— Hola.—

La voz de una mujer del otro lado me contestó: — Buenos días, ¿Tú sos Gastón Martínez? —

— Sí, soy yo —

— ¿Tu estas en Montevideo? —

Le contesté que sí y me dijo— Soy Carolina — y algo que no llegué a escuchar porque me atoré con saliva y empecé a toser, no podía creer lo que estaba pasando.

— ¿Disculpá, me podrías repetir? —

— Mi nombre es Carolina Ramírez y lo llamaba porque es cliente del banco HSBC para ofrecerle otra tarjeta de crédito. —

Andate a la mierda Carolina.

Corté.

Casualidades de Bolsillo

Casi todos los días voy caminando al laburo. Siempre voy por el mismo camino. Voy hasta la esquina y giro a la derecha. Pero hoy sentí algo raro, había algo como cinchándome de la manga izquierda, como si ese brazo estuviera más pesado de lo normal mientras iba caminando. En mi vida más de una vez me pasó de sentir como pequeños cinchones del destino, queriendo que esquive algo malo o que me encuentre con alguien en la calle. Me pasa desde chico que después de esto se me viene el nombre de alguien a la cabeza con quien luego cuando me lo cruzo en el camino, me guardo la coincidencia mágica en el bolsillo y sigo como si nada hubiera pasado.

La cuestión es que, caminando, elegí doblar a la izquierda en vez de a la derecha. Luego de otra cuadra, cuando volvía llevarme por el camino habitual, otra vez ese cinchón en el brazo izquierdo. Otra vez estaba más pesado. Me di media vuelta y otra vez a seguir a ese viejo instinto mágico que tanta curiosidad siempre me dio.

Seguí caminando normal, imaginando qué accidentes, personas o situaciones podría estar esquivando, todo en un diálogo interno en el que me hablo y me contesto, y por lo general siempre el que contesta es más sabio que yo. hoy estábamos ambos muy imaginativos, así que mi tertulia interna estaba de lo más divertida.

Estaba caminando lento porque había salido con tiempo. Terminé de cruzar una calle y pasó por al lado mío una chica. – Qué rápido que camina, debe estar llegando tarde a trabajar – Le dije a mi yo interno quien me contestó: – Qué flojito que estás, porque vos vas a trabajar crees que todos van a trabajar, dejá de pasar todo por el filtro de tu personalidad, se puede estar cagando, puede ser simplemente una persona que camina rápido, es más, como dice la Triple, debe haber dejado a su bebé soñando un caramelo y ya se debe estar por despertar. –

No me di tiempo ni a responder a mis interlocutores internos porque vi a mitad de cuadra, en la vereda de en frente, a un loco subiendo unos cajones a un camión, que ya estaba mirando a la chica que me había pasado caminando en el párrafo anterior. La estaba mirando para gritarle cualquier cosa, se le veía en la cara. Apuré un poco el paso, y ni mi voz interna ni yo podía dejar de repetirme para mí mismo la frase: “Renuncio a no ser revolución”.

Todas las opciones de reacción que se me ocurrían eran violentas, pero mi voz interna me dijo -Dame el control a mí-. Eso quería decir improvisar, esto debe ser para lo único que realmente estoy preparado siempre, así que accedí con una sonrisa en la cara, porque cada vez que me doy cuenta que voy a improvisar, me pongo feliz.

Yo estaba cinco pasos detrás de ella cuando llegamos a la altura del camión, el compañero del loco ya estaba subiéndose para arrancarlo mientras este cerraba la puerta de atrás. Ahí, en ese momento le gritó a la chica “Cómo te chuparía todo el ojete, mi amor”. Ella siguió caminando inmutable mirando el piso. Él me miró como diciendo “qué bien que estuve eh”, yo con una sonrisa en la cara, ya lo venía mirando, imposté la voz y le grité “Me encantaría papu, pero la verdad estoy apurado porque me estoy cagando” y le tiré un beso con la mano al viento.

Ya estaba jugado y esperando la puteada instantánea o algún acto de violencia el cual derivara en alguna seccional, cuando el conductor del camión, un hombre que no había visto que estaba en frente y la chica que iba adelante mío largaron tal carcajada que el loco se puso de todos colores y si quedó en el molde.

Al llegar a la esquina, con el semáforo en rojo, la chica y yo llegamos quedamos uno al lado del otro, ella me miró y me preguntó – ¿Siempre te metés cuando le gritan a alguien más? – Yo subí los ojos arriba a la izquierda, haciendo memoria y le dije -No, aparentemente empecé hoy. – Ella se rio, cruzamos, yo giré para agarrar el camino de todos los días y ella siguió de largo.

Chau

Cuando la media brasilera me dijo que escriba sobre despedidas, fue como si me hubiera dado un palo para que yo mismo me golpee. Porque agarré el tema y lo primero que se me ocurrió hacer fue pasarlo por el filtro de mi personalidad para ver cómo podía deshilacharse.

Como un niño investigando un revólver cargado, fui escribiendo los nombres de todas las personas que me despedí en los últimos dos o tres años. Como cualquier revolver manejado por un niño muy curioso, como soy yo, se disparó. Se disparó justo cuando hacía la lista de nombres de las personas que nunca me despedí. Esos abrazos no dados que quedan trancados en la garganta fueron la bala, la pólvora y la explosión.

Una parte de mi arrancó a encorvarse y arrugarse como una pasa de uva, mientras pensamientos automáticos iban saliendo e hirviendo a borbotones, sin control, sacando como conclusión que al final no hay que encariñarse con nadie, porque eventualmente todos se van a ir de tu vida.

Cuando mi cabeza terminó de construir la idea fue que lo vi, por un instante. Ahí estaba mi ego, lo paré en seco. Y los pensamientos aleatorios frenaron. Lo miré a los ojos y tenía cara de ese viejo de mierda que vemos a veces en las paradas de ómnibus, esos viejos llenos de informativos y malos presagios, vestido con retazos de rencores con olor a humedad.

Ahora empecé a pensar por mí mismo y no random. Noté cómo mi mirada se prendía, se me ponen los ojos como diferentes. Quienes me han visto así me dijeron que esa mirada cohibe un poco. Entonces, en un ataque de hipertimesia me puse a buscar recuerdos de las personas de las dos listas. Me di cuenta que tengo lindos recuerdos con todos, esos son los que elijo tirar pa adentro de mi mochila de momentos y seguir viviendo.

Entonces el viejo, ahora un poco menos encorvado, se empieza a desarrugar. Se le ponen los ojos vidriosos como esos viejitos que encontrás en un parque saliendo a jugar con su nieto, esos que siempre tienen una sonrisa y van silbando una canción al viento. Sin dejar de sonreír me devolvió la mirada intensa y me dijo: – Al final hay que querer lo más posible a todos, porque eventualmente se van a ir de tu vida.

Ahí recordé algo que leí hace años sobre la palabra chau. Al principio fue usada queriendo decir algo así como “estoy para servirle” y luego para saludar tanto al llegar como al irse. Así que chau. Chau y gracias a todos los que están llegando o saliendo, mientras siga vivo, vuelvan cuando quieran.

 

El Niño Viejito.

No importa cuántas veces dijera en voz alta que está peleado con el Universo, como hacía su madre cuando decía palabrotas de chico, el Universo siempre le da un moquete en la trompa. Así fue que aprendió que no debía decir más malas palabras si estaba delante de mamá. Pero del Universo no se puede esconder ni dentro de su cabeza. Entonces está obligado a desconstruirse, enfrentarse y reconstruirse, y así dejar de pensar que a veces es mejor asumir la cobardía de huir, a la responsabilidad de vivir.

Desde niño sabe que vino al mundo a cambiarlo, a dar esperanza. Pero nunca lo supo en la mente, es como si lo supiera en los huesos, como si lo sintiera. A veces lo sentía en las manos, otras veces lo sentía en la espalda, en los codos o en las rodillas, pero la mayoría del tiempo lo siente en la sonrisa, la propia y la ajena. Le contaron que nació riéndose a carcajadas limpias. Que lo distinguían del resto de los bebés muy fácil, porque era el que se estaba cagando de risa solo.

A los cuatro años, su madre y abuela lo llevaron al Parque Rodó. Allí estaba dando un espectáculo callejero una especie de payaso-mago de unos treinta años. En un momento llamó a tres niños para un concurso. Este concurso constaba de “hacer de viejito” para el público. Él fue uno de los tres niños elegidos, y el tercero en actuar.

Cuando fue su turno, cerró los ojos, imaginó un bastón en su mano derecha, puso su mano izquierda en la espalda e imitó al mejor viejito bailando con bastón que pudo, moviendo el cuerpo como si le doliera la espalda encorvada y dando pasos chiquititos. A medida que la gente iba largando las carcajadas él se iba riendo, soltando y arrugando la cara, siempre con los ojos cerrados para no perder la concentración y sobre todo divirtiéndose. Al final, por el aplausómetro del público, recibió el premio al “mejor viejito” de la tarde. El premio fue una nariz de payaso roja, la máscara minimalista que aprendió a usar durante toda su vida, incluso cuando no la tenía puesta, para mostrar y contagiar una sonrisa hasta en las peores situaciones, propias y ajenas.

Cuando tenía unos siete años sus padres lo dejaban solo y a veces demoraban en volver. Sufría la espera con ansiedad, dejando que su imaginación diera rienda suelta a los peores escenarios. Después de comprobar varias veces que nada les había pasado empezó a trancar esos pensamientos fatalistas. Los descuajeringaba, ahí con siete años entendió que el miedo son historias que nos contamos. Así eso de contarse historias se le volvió costumbre. No se dio cuenta es que estaba plantando una semilla para su futuro, de a poco como si de una técnica se tratase. Lo fue aplicando para casi todos sus miedos, parando pensamientos que no eran reales, apagando miedos y preocupaciones de esas que se generan solas y por las dudas.

En la adolescencia le llegó la frase “estén siempre alegres”. Sintió que nunca había estado tan de acuerdo con alguien que había vivido hacía doscientos años.

Se transformó en un optimista perdido lleno de confianza en el ahora, que aprende de todos los tropezones. Así fue que se dio cuenta lo que la alegría tenía en común con la esperanza, que son como enfermedades: hay que tenerlas para contagiarlas.

Con la alegría y la esperanza a cuestas, se pasó la vida buscando su propia fórmula para cambiar el mundo. Y más de veintinueve años de su nacimiento tuvieron que pasar para encontrarla. Esta receta tenía que tener sí o sí dos ingredientes: niños y magia.

Así fue que arrancó a actuar en plazas para chiquilines y sus familiares, o mejor dicho, arranqué. Haciendo concursos entre los niños del público: “el mejor viejito”, “el mejor baile” o “el mejor chiste”. El más aplaudido por el público se lleva una nariz roja de payaso.

Eso sí, a cada niño ganador mientras le doy el premio le cuento al oído bien bajito que en realidad yo soy él, que viajé al pasado a decirle que todo va a estar bien. Que no se preocupe por nada y que él cambiará el mundo con su alegría y esperanza. Como alguna vez me lo dijo mi yo del futuro, disfrazado de una especie de mago-payaso, en el Parque Rodó cuando tenía cuatro años.