Movimiento

En mi adolescencia jugué muchísimos videojuegos, y si algo aprendí del Call of Duty era que para sobrevivir había que estar siempre en movimiento. Hoy ya soy un emigrado, como siempre intuí que iba a ser, y me encuentro tomando un bondi para agarrar un subte que me lleve al tren que me mueva de Hamburgo a Lübeck, donde está mi hogar.

Un año me llevó encontrarme trabajando donde quiero, pero desde que llegué estoy donde quiero estar. Me vine con una sola valija grande y todavía creo que traje demasiadas cosas. De lo que traje creo que ya tiré más de lo que compré.

Antes de venir a Alemania soñé que estaba en facultad de nuevo, un salón gigante donde quien daba la cátedra decía que nuestro nombre y su pronunciación también nos define, nos cambia, nos amolda. Soy Martínez, un apellido que fácilmente esta entre los 5 más comunes de Montevideo. Acá con suerte me lo pronuncian bien y lo acentúan agudo. Yo no me siento otro, pero me sé distinto.

Hoy, como ya hace varios días, escucho a Jorge Drexler en el shuffle de Spotify y me dice “somos una especie en viaje, no tenemos pertenencias, sino equipaje… estamos vivos porque estamos en movimiento, si quieres que algo muera déjalo quieto”. Un poco me emociono porque mis abuelos fueron inmigrantes y yo hoy también. Pero yo, al ser emigrante por elección lo puedo romantizar. No así mi abuela, que fue emigrante obligada.

Me miró a mi mismo desde afuera y me doy cuenta de que con este texto solo estoy intentando responderme otra vez a la eterna pregunta de siempre: ¿quién soy? Y no se realmente si soy una persona que está en búsqueda del sentido o de la felicidad. Lo que sí sé es que cuando en una videollamada por medio del celular de mi vieja, mi abuela me dice que me ve bien, contento y feliz, a mí se me aprietan las tripas y se me agranda la sonrisa.

Un instan-té.

Estaba tomando un té que sabía rarísimo. Estaba tratando de cumplir una promesa interna que me había hecho cuando alguien con lágrimas en los ojos una vez me había dicho: —Nunca dejes de escribir—.

Pero la verdad era que no sabía ni qué puta escribir. Revolvía con mi cuchara este té rarísimo mientras meditaba sobre el asunto. Lo único que sabía era que me sentía como atado. Como alguien que la vivía remando, que estaba cansado, pero seguía remando y siempre parecía que estaba en el medio exacto de un lago.

En ese instante me di cuenta de algo maravilloso. Ahí, mientras estaba tomando un té de un gusto medio atípico. Lo que comprendí en ese momento, me dejó desconcertado, me quedaron los ojos como el dos de oros. Los cuatro huevos duros que había hervido esa mañana y que ahora estaban en la heladera eran chiquititos al lado de cómo se me agrandó la mirada. Lo que me había dado cuenta era demasiado obvio para que solo yo lo hubiera “descubierto”.

Mientras tomaba ese té de sabor bastante singular yo sentía que la extrañaba. Pero tuve que dejar todo lo que estaba haciendo y sintiendo para ponerme a investigar. Tres carajos importaba lo mucho que la extrañara a pesar de que la veía todos los días. Aunque extrañar a alguien sea sentir como un vacío y que solo se extrañe a quien se quiere, yo me había dado cuenta de algo que sobrepasaba mi existencia.

Cuando la idea surgió en mi cabeza, estaba tratando de llenar ese vacío con un tecito anormal y pasatiempos boludos. Hasta casi que había dejado de escribir, lo cual es algo que me hace tener la mente, el corazón y los pies en el presente.

En el instante que me di cuenta de esto, dejé todo y me puse a googlear. Fui página tras página, buscando cuántos idiomas se hablan en el mundo. Solo seiscientas lenguas cuentan con más de cien mil personas que los hablan. En voz alta me repetí a mí mismo —Seiscientas lenguas, ¡qué lo parió!—.

Luego investigué si alguien más había tenido mi misma ocurrencia, ya que me extrañaba no haberlo visto nunca antes en mi vida. Pero no encontré nada que realmente tuviera una relación directa.

Entonces, mi mente que a veces piensa en español, inglés, portugués, alemán o francés, miró desconcertada a mi corazón y le preguntó: —¿Será posible que únicamente en el idioma castellano la traducción literal desde el inglés de “Weird tea” sea “Té extraño”? — mi corazón la miró, se rió y le devolvió la pregunta:— ¿No será que vos querés más demostrar que sos inteligente que decirle que la extrañas?— Y en ese instante, mi mente le devolvió el timón. Y yo pude terminar mi té.